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Spinoza, Etica
Esta tristeza, acompañada de la idea de nuestra debilidad, se
llama humildad; la alegría, en cambio, que nace de nuestra contemplación, | se llama amor propio o contento de sL Y como ésta se
repite tantas cuantas veces el hombre contempla sus virtudes o su
potencia de actuar, de aquí se sigue también que todo el mundo
ansia narrar sus hazañas y alardear de las fuerzas, tanto de su cuerpo
como de su ánimo, y que por este motivo los hombres son molestos
unos a otros. De donde se sigue, de nuevo, que los hombres son por
naturaleza envidiosos (ver 3/24e y 3/32e), es decir, que gozan con la
debilidad de sus iguales y, al revés, se entristecen con su virtud. Pues
siempre que uno imagina las propias acciones, es afectado (por 3/S3)
de alegría, y tanto mayor cuanta más perfección imagina que expresan sus acciones y más distintamente las imagina, esto es {por lo
dicho en 2 ¡4 0 e l\ cuanto más puede distinguirlas de las demás y
contemplarlas como cosas singulares. De ahí que cada uno gozará al
máximo con su propia contemplación, cuando contempla en sí algo
que niega de los demás. En cambio, si lo que afirma de sí mismo, lo
refiere a la idea universal de hombre o de animal, no gozará tanto;
y, por el contrario, se entristecerá, si imagina que sus acciones, comparadas a las de los demás, son más débiles; y se esforzará por alejar
esta tristeza (por 3/28), ya sea interpretando torcidamente las acciones de sus iguales, ya sea adornando cuanto pueda las suyas. Está
claro, pues, que los hombres son proclives al odio y a la envidia por
naturaleza, a la cual se añade la misma educación, ya que los padres
suelen incitar a sus hijos a la virtud con el único estímulo del honor
y de la envidia. Quizá quede, sin embargo, el escrúpulo de que no es
raro que admiremos las virtudes de los hombres y que los veneremos. A fin de desecharlo, añadiré, pues, el corolario siguiente.
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