el combate espiritual cap 21



el combate espiritual cap 21

Divídalos y los vencerá. Los antiguos guerreros romanos cuando enviaban a un jefe nuevo a combatir a los enemigos le daban este consejo táctico: “divídalos y los vencerá. No los ataque a todos cuando están en un solo grupo, sino por sectores y  así los logrará vencer más fácilmente”. Algo parecido hay que aconsejar en la lucha espiritual. No digamos: “Voy a vencer de una vez a todos mis defectos”. Eso es lo mismo que no decir nada. En cambio si decimos: “Este año voy a combatir tal defecto que tengo”, entonces sí que vamos a enfocar todas nuestras energías de combate hacia un solo punto, lograremos buenas victorias y se cumplirá lo que dice la Imitación de Cristo: “Quien cada año lucha fuertemente contra uno de sus defectos, logrará llegar a muy especial perfección”.

Un solo día cada día. Algo parecido a lo anterior hay que aconsejar en cuanto al tiempo. No digamos: “Toda mi vida me la voy a pasar luchando contra estos  defectos”. Una afirmación así puede desanimarnos por lo demasiado larga que nos parece la lucha. Pero si decimos: “Hoy por hoy, aunque sea sólo por hoy, por estas 12 horas voy a combatir mi defecto dominante”, entonces ya el combate nos parecerá más llevadero, porque un día sí somos capaces de combatir. Mañana trataremos de decir lo mismo, y así cumpliremos lo que aconsejaba Jesús: “No se afanen por el día de mañana. A cada día le bastan sus propios afanes” (Mt6. 34). A una gran santa le preguntaron por qué no se desanimaba en su lucha por conseguir la santidad y por lograr vencer sus defectos y superar las dificultades que encontraba y respondió: “Es que yo no vivo sino un solo día cada día. Por 12 o 24 horas sí me animo a combatir, confiando en la ayuda poderosa de Dios. Pero si me pusiera a pensar en el combate de todos los 365 días del año y de los días que me quedan de existencia en la tierra, me llenaría de desánimo y de pereza. Pero un sólo día cada día ¿quién no es capaz de resistir y combatir?”.

Orar por pequeñas cuotas. Esta misma técnica hay que emplearla en cuanto a la oración, para evitar que nos domine la pereza. No tratar de estar con gran atención toda una hora, ni siquiera media hora. Pero en cambio decirse uno a sí mismo: “Voy a orar con cariño y fervor estos próximos cinco minutos”.

Después, si me llega la pereza y el desengaño, suspendo la oración. Y así decirse en los próximos cinco minutos. Y así después a los 20 minutos o a la media hora se siente ya cansancio y desánimo para rezar, entonces suspender la oración para no aumentar el descontento y disgusto, porque esta interrupción en vez de causarnos daño puede servirnos de descanso para luego volver a rezar con mayor fervor. Los antiguos monjes del desierto cuando sentían que les llegaba la pereza y el desgano para rezar, se dedicaban a decir solamente pequeñitas oraciones que ellos llamaban “jaculatorias” (jácula era una flecha que se enviaba con un mensaje. Y la pequeña oración es una pequeña flecha espiritual que enviamos al cielo con algún mensaje pidiendo ayuda o dando gracias). ¿Cuántas jaculatorias o pequeñas oraciones envío al cielo cada día? Santos han habido que dijeron hasta mil al día.

Yo ¿cuántas diré? ¿Y con cuánto amor al buen Dios, o a la Virgen Santísima o a mi ángel o a los santos?

Una lista muy beneficiosa. La experiencia ha demostrado que cuando se tienen muchas cosas por hacer, es de gran provecho y utilidad el elaborar una lista de las diez principales cosas que hay que hacer, enumerarlas por orden de importancia, y tratar de hacerlas en ese orden. Y si tenemos diversas ocupaciones, nos parecen muchas y hasta difíciles, esto nos puede traer inquietud, afán, desgaste nervioso y hasta mal genio. Pero si nos proponemos realizar solamente las diez más importantes y nos hacemos una lista según el orden de importancia que ellas tienen, y las vamos ejecutando una por una, como si cada cual fuera la única cosa que tenemos que hacer en la vida, sin dedicarnos a pensar en una obra mientras estamos haciendo otra, nuestro rendimiento será admirable, la paz y la tranquilidad nos acompañarán, y el desgaste nervioso será mucho menor. Cada obra hay que hacerla como si fuera la única que tenemos que realizar en la vida, y con todo el esmero que nos sea posible. Este es un gran secreto para adquirir perfección y santidad.

Advertencia. Si no cumplimos los consejos anteriores nos puede suceder que la pereza nos domine y que por dejar muchos deberes sin cumplir, se nos vayan  acumulando obligaciones y comisiones hasta llegar a tener gran turbación o inquietud en el alma, nerviosismo y precipitación en lo que realizamos, y descuido en los deberes de cada día. Y nos puede pasar lo que Cristo narró acerca de las cinco vírgenes necias que dejaron para última hora conseguir el aceite para sus lámparas y cuando quisieron entrar al banquete de la santidad ya las puertas se habían cerrado y se quedaron afuera (cf. Mt 25, 1-13).

Recordemos cada día que quien nos dio la mañana no nos promete que nos dará la tarde y que quien nos regaló el hoy no nos ha prometido darnos el mañana.

Empleemos este día como si fuera el último de nuestra vida y no olvidemos que a la hora de la muerte tendremos que darle a Dios estrecha cuenta del modo cómo empleamos todos los momentos de nuestra vida.

Finalmente, convenzámonos de que podemos dar por perdido el día en el que no hayamos cumplido bien nuestros propios deberes y no hayamos hecho lo que en ese día debíamos hacer, o lo hayamos realizado descuidadamente y mal hecho. Al día en el cual no hayamos logrado victorias contra nuestra pereza y contra el desgano que sentimos por el trabajo podemos ponerle este título: “Día perdido”.

Que no pase jamás un día de nuestra vida sin vencer nuestras malas inclinaciones, sin darle gracias y alabanzas a Dios 

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