redactar made to stick
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redactar
lo mismo que un esguinze en el pie, necesita la ayuda de una muleta
una mente asustada necesita la ayuda de una buena actitud
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a veces parace que uno es mas responsable si entra en el mundo de pensar en el futuro, en la angustia y en el pensamiento negativo. En realidad lo que esta siendo es un irresponsable
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tips 11
auto compasion tb cuando me equivoco, cometo errores
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amor incondional a uno mismo sin esperar q venga de fuera
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la mente tiene la capacidad de asustarse
si con nuestra actitud le empujamos a que se asustee mas, pues mal
si con nuestra actitud le ayudamos a que la mente no se asuste, es buena decision
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negatividad
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redactar lo de viivr en ser y no en llegar a ser
presencia
no estar en el deseo
pasar a tips
daniel goleman
Debido al hecho de que la mente racional invierte algo más de tiempo que la mente emocional en registrar y responder a una determinada situación, el «primer impulso» ante cualquier situación emocional procede del corazón, no de la cabeza. Pero existe también un segundo tipo de reacción emocional, más lenta que la anterior, que se origina en nuestros pensamientos. Esta segunda modalidad de activación de las emociones es más deliberada y solemos ser muy conscientes de los pensamientos que conducen a ella.
En este tipo de reacción emocional hay una valoración más amplia y nuestros pensamientos —nuestra cognición— determinan el tipo de emociones que se activarán. Una vez que llevamos a cabo una valoración —«este taxista me está engañando», o «este bebé es adorable»— tiene lugar la respuesta emocional
apropiada. Este es el camino que siguen las emociones más complejas, como, por ejemplo, el desconcierto o el miedo ante un examen, un camino más lento que el anterior y que tarda segundos, o incluso minutos, en desarrollarse.
En cambio, en la modalidad de respuesta rápida los sentimientos parecen preceder o ser simultáneos a los pensamientos.
Esta reacción emocional rápida asume el poder en aquellas situaciones urgentes que tienen que ver con la supervivencia porque ésta es precisamente su función, movilizarnos para hacer frente inmediatamente a una urgencia. Nuestros sentimientos más intensos son reacciones involuntarias y nosotros no podemos decidir cuándo tendrán lugar. «El amor —escribió Stendhal— es como una fiebre que viene y se va independientemente de nuestra voluntad.» Este tipo de respuesta, que no sólo tiene que ver con el amor sino también con nuestros enojos y nuestros miedos, no depende de nuestra elección sino que es algo que nos sucede. Es por ese motivo por lo que puede ofrecemos una coartada puesto que, como afirma Ekman. «El hecho de que no podamos elegir las emociones que tenemos» permite que las personas justifiquen sus acciones diciendo que se encontraban a merced de la emoción. Del mismo modo que existen caminos rápidos y lentos a la emoción —uno a través de la percepción inmediata y otro a través de la intermediación del pensamiento reflexivo—, también existen emociones que vienen porque uno las evoca. Un ejemplo de esto lo constituye el sentimiento intencionalmente manipulado, el repertorio del actor, como las lágrimas que llegan cuando deliberadamente evocamos recuerdos tristes.
Pero los actores son simplemente más diestros que el resto de nosotros en el uso intencional del segundo camino a la emoción (el sentimiento que procede vía pensamiento). Y. si bien no podemos saber qué emoción concreta activará un determinado pensamiento, sí que podemos —y con frecuencia así lo hacemos— decidir sobre qué pensar. Del mismo modo que una fantasía sexual puede llevamos a sensaciones sexuales, así también los
recuerdos felices nos alegran y los melancólicos nos entristecen.
Pero la mente racional no suele decidir qué emociones «debemos» tener, sino que, por el contrario nuestros sentimientos nos asaltan como un fait accompli (Hecho consumado. En francés en el original). Lo único que la mente racional puede controlar es el curso que
siguen estas reacciones. Con muy pocas excepciones, nosotros no podemos decidir cuándo estar furíoso, ni tristes, etcétera.
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redactar
la mente hace lluvia de ideas
probablemente de 99 ideas no sirven y 1 si es de ayuda. Por eso no hay q idenficarse con la mente pensante
la mente muchas veces hace la mision de tocar los coj para buscar ideas, soluciones
otro metodo de busqueda de soluciones es la emocion, que nos crea la presión mental para buscar opciones
cuando creemos q hemos encontrado una buena solucion o un razonamiento inteligene q le gusta a la mente, entonces la emocion disminuye
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tips 31
extracto t robins
https://drive.google.com/file/d/1EAhZqr0Hk-ifcfz2L9D8_h-u1yPVUagU/view?usp=sharing
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obervar el mundo desde la impermanencia
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del sufrimiento a la paz
3.1. Salvarse a sí mismo
Ante todo, es necesario que el lector tome conciencia desde el primer momento de que siempre que utilizo la
palabra “salvarse” no estoy haciendo referencia a la salvación cristiana; aquella que nos alcanzó Jesucristo, y que
se consumará en la gloria eterna. Por el contrario, entendemos aquí la salvación en su acepción más popular y
llana.
Por de pronto, no se trata de salvar: esto es, una acción dinámica por la que alguien libra a otro de un peligro,
como cuando un salvavidas salva a un náufrago de una muerte segura. Hablamos de salvarse: esfuerzo por el que
uno mismo, con sus propios medios, se pone a salvo evitando caer en un peligro o saliendo de una situación
mortal.
Más concretamente, nos referimos a ciertas iniciativas que cualquier persona puede utilizar, a modo de
autoterapias, para evitar o mitigar el sufrimiento. Hablamos, por ejemplo, de salvarse del miedo, salvarse de la
tristeza, salvarse de la angustia, salvarse del vacío de la vida, salvarse del sufrimiento.., y salvarse a sí mismo.
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No hay especialista que pueda salvarme con sus análisis y recetas. La “salvación” es el arte de vivir, y el arte se
aprende viviendo, y nadie puede vivir por mí o en lugar de mí. No hay profesional u orientador que sea capaz de
infundir en el discípulo el coraje suficiente como para lanzarse por la pendiente de la salvación; es el mismo
discípulo quien tiene que sacar desde su fondo ancestral las energías elementales para atreverse a afrontar el
misterio de la vida con todos sus desafíos, reclamos y amenazas.
Es uno mismo quien puede y debe salvarse a sí mismo, para adquirir de esta manera la tranquilidad de la mente
y el gozo de vivir. Para ello hay que comenzar por creer en uno mismo, y tomar conciencia de que todo ser
humano es portador de inmensas capacidades que, normalmente, están dormidas en sus galerías interiores;
capacidades por las que, una vez despiertas y sacadas a la luz, el hombre puede mucho más de lo que imagina.
Dispone, además, de la maravilla de su mente, grávida de fuerzas positivas a las que puede dar curso libre.
Hay que comenzar, pues, por creer en uno mismo y en la propia capacidad de salvación.
hay otras personas que funcionan socialmente bien mediante mecanismos de disimulo (los “enfermos” no
consiguen disimular) o de sentido común, pero interiormente son tristeza y dolor. Estos no son “enfermos”, no
tienen síntomas patológicos; pero sufren una agonía mortal, y, con frecuencia, ni siquiera saben por qué.
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Sufren depresión, insomnio. Sacan a relucir sus problemas matrimoniales o profesionales. Pero no es ése su
verdadero problema. Su problema es la sensación que tienen de que la vida se les va sin haber vivido; de que se
les están pasando los años y van a morir sin haber vivido. No les falta nada, y por tenerlo todo, hasta tienen buena
salud, física y psíquica; pero están dominados por la sensación de que les falta todo.
Sin poder explicárselo, se sienten asediados por el vacío. Si se les pregunta por la razón de su vivir, responderán
que no la tienen, o que, al menos, no la encuentran. Perciben que sus energías, si no están muertas, están,
cuando menos, aletargadas, casi atrofiadas. Por eso sienten una desazón general y un cansancio vital.
Frente a este panorama, salvarse significa ir suprimiendo o disminuyendo las fuentes del sufrimiento mediante
ejercicios y prácticas que más adelante expondremos, trasponer las fronteras del dolor y de la angustia, superar la
preocupación obsesiva por si mismos, y así, adquirir la presencia de ánimo, el autocontrol y la serenidad, y,
naturalmente, recuperar las ganas de vivir.
Salvarse significa soltar las energías almacenadas en el interior, que, frecuentemente, están constreñidas, y
darles curso libre para el servicio de los demás. Significa, en una palabra, lograr plena seguridad y ausencia de
temor; un ir avanzando, lenta pero firmemente, desde la esclavitud hacia la libertad.
Y esta sagrada tarea nadie la hará por mí o en lugar de mi. Yo tengo que ser el “salvador” de mí mismo.
Al fin y al cabo, estamos en el epicentro mismo del misterio humano: soy yo solo y sólo una vez. Los amigos y
familiares pueden estar conmigo hasta unos ciertos niveles de profundidad. Pero en los niveles últimos, donde yo
soy yo mismo y distinto de todos, “allá”, o asumo yo toda la responsabilidad o me pierdo, porque a esos niveles no
llega ninguna ayuda exterior.
* * *
En las emergencias de la vida, con frecuencia nos encontramos con preciosos estímulos y luces. Hoy es la
orientación de un maestro de vida; mañana, el acertado diagnóstico de un especialista; al día siguiente, el cariño y
la veteranía de los padres. Entre todos ellos, sin embargo, no conseguirán salvarme.
Las orientaciones y consejos no tienen una eficacia salvadora automática por el hecho de que provengan de un
maestro experimentado. Es la puesta en práctica la que convalida o invalida aquellas recomendaciones (y soy yo el
que tiene que comprobarlo), porque, en fin de cuentas, cada persona experimenta las recetas con efectos
diferentes, y es cada persona la que tiene que verificar si aquella recomendación le salva o no.
Al final, no existe otro “salvador” de mí mismo que yo mismo.
Debido a esto, ofrecemos más adelante algunos mecanismos sencillos, eficaces y prácticos, con los que cualquier
persona pueda, por sí misma, eliminar por completo muchos sufrimientos o, al menos, suavizarlos. Si hasta ahora
sufría como cuarenta grados —permítaseme la expresión—, que más tarde sufra como treinta y cinco, luego como
treinta, y así sucesivamente.
Por eso, y para este contexto, sonará reiteradamente en los capítulos, que siguen esta urgente recomendación:
¡sálvate a ti mismo!
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fuente:
No podemos cambiar nada hasta que lo aceptamos. La condena no libera, oprime. (C.G. Jung)
No aceptamos cada vez que nos enfadamos o nos violentamos con alguien: me resisto a ti, me molesta lo que haces, no me gustas, quiero que cambies.
No aceptamos cuando nos criticamos o nos sentimos culpables por nuestra conducta: no me permito errores ni limitaciones… me trato con exigencia y dureza.
No aceptamos cuando juzgamos, para bien o para mal, a una persona o situación. No aceptamos cuando nos quedamos atrapados en el odio o el resentimiento. Me resisto a soltar el pasado, a tolerar una conducta.
No aceptamos cuando nos preocupamos por alguien o por el futuro: no confío en la vida o en alguien, no me dejo fluir con lo que es.
No aceptamos cada vez que rechazamos la incomodidad, las diferencias. No me abro a los cambios y dificultades, no tolero a los diferentes,…
No aceptamos cuando nos resistimos a un hecho doloroso; la vida se puede paralizar en torno a ese acontecimiento… y además solemos transformarnos en víctimas de forma consciente o inconsciente. Me resisto al dolor y a la pérdida.
Aceptar es la capacidad de acoger lo que viene, sea agradable o doloroso; es permitir lo que es, es lo contrario de oponer resistencia.
Cuando sucede algo que nos disgusta o aparece un obstáculo, solemos reaccionar oponiéndonos a ello. Esta resistencia puede hacerse de forma directa, por ejemplo reaccionando con ira, enfado, rebeldía o bien de forma más pasiva como, por ejemplo, negando o reprimiendo los sentimientos o huyendo.
Hay muchas formas de huida: mirar para otro lado, esquivar responsabilidades “esto no va conmigo”. Siempre que no estamos presentes estamos huyendo: nos evadimos con nuestra fantasía (por ejemplo, empezar a trabajar el lunes pensando en el viernes que viene). Las drogas son otra forma de huida. Las drogas tapan el malestar. Hablamos de drogas en sentido amplio: incluso el trabajo, la comida y el sexo se pueden usar como huida. Es el refugio en la inconsciencia.
Hay que aclarar que aceptación no significa resignarse. Aceptar no implica renunciar a cambiar las cosas, sino solo reconocer cómo es la realidad en el presente, afrontarla y desde ahí poder trabajar para superar el obstáculo.
En la vida nos sobrevienen muchas experiencias adversas que no podemos eludir: decepciones, rechazos, enfermedades, accidentes, pérdidas, muerte de seres queridos, etc. Si al dolor que acompaña a estas experiencias le sumamos nuestra resistencia, estamos produciendo un sufrimiento innecesario.
La formula del sufrimiento sería: Dolor (inevitable) X Resistencia = Sufrimiento (evitable), donde el dolor natural que aparece en la vida aparece aumentado y convertido en sufrimiento, producto del nivel de resistencia mental.
Otra consecuencia nociva de la resistencia es que empeñándonos en eliminar un obstáculo molesto, y siendo esto imposible, no se logra nada más que nos quedemos atrapados en una conmoción emocional que nos roba la calma y claridad necesarias para encontrar un camino adecuado y poder actuar.
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