Vicente Simon. Aprender a practicar Mindfulness

 

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Vicente Simon. Aprender a practicar Mindfulness.

extracto libro:

Tabla 3. Los siete peldaños del equilibrio emocional

1) Pararse 2) Respirar hondo, serenarse 3) Tomar conciencia de la emoción 4) Aceptar la experiencia, permitir la emoción 5) Darnos cariño (autocompasión) 6) Soltar la emoción, dejarse ir 7) Actuar 0 no, según las circunstancias

1. Pararse. El primero de estos gestos consiste en que, al notar que una emoción intensa y desagradable surge en nosotros, procuramos pararnos, hacer una pausa y concentrar nuestra atención en ese movimiento emocional en estado naciente. Al principio, suele costamos mucho detener el proceso, ya que es lo contrario de lo que nos dicta el condicionamiento. La emoción nos impulsa, en la mayoría de los casos, a actuar en seguida, de manera impetuosa e irreflexiva. Pero, en lugar de seguir ese primer impulso, nos detenemos y nos concedemos tiempo para reflexionar y para valorar lo que está sucediendo en nuestro mundo interior. De esta forma, interrumpimos la cadena del condicionamiento y creamos la posibilidad de responder de manera distinta a la habitual. Precisamente porque parar nos resulta difícil, será necesario que lo practiquemos repetidas veces, a fin de adquirir la costumbre de hacer un alto cuando la reacción emocional se inicia. Es posible que no lo consigamos al primer intento, pero tras varios ensayos, llegará el momento en que seremos capaces de detenernos a tiempo y de evitar que la reacción preprogramada se produzca.

2. Respirar hondo, serenarse. Una vez que nos hemos parado, procedemos a serenarnos. Para ello, resulta útil llevar la atención a la respiración y al cuerpo. Si la excitación es muy intensa, conviene respirar hondo un par de veces, con lo que se propicia la disminución de la activación. También resulta muy útil llevar la atención a aquellas zonas del cuerpo en las que la emoción se manifieste. Puede ser que el corazón nos lata deprisa y con fuerza, o que notemos una opresión en el pecho o en el cuello, o una tensión en el vientre. En cualquier caso, en lugar de evitar esas sensaciones, se trata de percibirlas con detalle y tratar de relajar y ablandar la zona afectada, creando espacio para que la emoción se exprese a través del lenguaje de las sensaciones corporales. En especial, el llevar la atención a la respiración y el respirar profundamente suelen lograr una apreciable disminución del nivel de activación y nos permiten volver a nuestra ventana de tolerancia. Una vez nos hemos tranquilizado, nos resultará más fácil hacernos presentes en la experiencia emocional que atravesamos.

3. Tomar conciencia de la emoción. Aquí se trata de familiarizarnos con todos los aspectos posibles de la emoción que estamos viviendo o reviviendo, no de manera intelectual, sino en forma de experiencia directa, vivencia!. Si ya hemos localizado los cambios corporales que provoca, nos fijamos en ellos con detenimiento y curiosidad. A continuación pasamos a observar (o a imaginar, si lo hacemos retrospectivamente) qué situación o situaciones son capaces de desencadenar esa emoción. ¿Qué persona o personas? ¿Qué frase o pensamiento? ¿Qué recuerdo o qué imaginación? Procuramos detectar cuáles son los aspectos clave que hacen que la emoción se genere o qué estímulo concreto constituye el disparador crítico de la emoción. Luego procedemos a identificar de qué emoción se trata. Le damos un nombre. ¿Es rabia, miedo, tristeza, vergüenza...? Hoy se sabe que cuando etiquetamos una emoción, ésta pierde fuerza. En cierta forma, el darle nombre es una manera de apaciguarla. Asimismo, nos preguntamos, si la emoción pudiera hablar, ¿qué diría? ¿qué expresaría? ¿qué necesidad revela? ¿qué nos impulsa a hacer? ¿cómo nos comportaríamos si siguiéramos ese impulso? Es decir, observamos, sin juzgar, todo el complejo proceso mental y corporal que compone la experiencia emocional.

4. Aceptar la experiencia, permitir la emoción. Al observar la emoción, hemos de hacerlo, como comentábamos en el capítulo anterior, sin oponerle resistencia, permitiendo que sea tal cual es. Al principio, notaremos el sentimiento de aversión que el estímulo ha despertado en nosotros. Somos testigos de cómo surge esa resistencia y del rechazo que la situación nos produce. Sentimos el despliegue de la resistencia, el erguirse de esa serpiente de la que hablábamos. Pero, en lugar de poner en marcha los mecanismos habituales de evitación o de defensa, permitimos que la emoción se manifieste sin obstáculos, que evolucione en nuestro interior mostrando todo su potencial. Es como si a la emoción le creáramos el espacio necesario para que pueda expandirse internamente sin restricciones. En lugar de oponernos a ella, permitimos que sea tal como es, que se exprese con libertad en nuestro mundo interno. La reconocemos como una parte integrante de nuestra realidad y de la realidad en general, de la realidad del universo.

5. Darnos cariño (autocompasión). No nos dejamos anonadar por los sentimientos de dolor o de impotencia, de rabia, de vergüenza o de inadecuación. Siempre hay una parte de nosotros que quiere quedarse en ese sitio emocional en el que habita la resistencia y que parece desear que el tiempo se detenga. Si nos dejamos llevar por esa tendencia nos quedaremos atascados. Es posible que en esos momentos nos ayude el respirar profundamente un par de veces. Y después, tratamos de conectar con aquella parte de nosotros que aún se mantiene íntegra y sana, que aún puede funcionar como una fuente de amor y de ternura. Si nos resulta imposible acceder momentáneamente a esa parte tierna de nuestro corazón, podemos recurrir a una figura externa; un amigo, un familiar, un maestro o una figura religiosa. Tratamos de encontrar esa fuente de amor y de cariño que es capaz de aliviar la angustia y la opresión que sentimos. Nos proporcionamos amor y ternura a nosotros mismos. Nos deseamos el bien, la felicidad, la salud, la paz. Podemos expresar esos deseos por medio de frases, como «qué yo sea feliz, qué se me pase este sufrimiento, qué encuentre la paz». En el próximo capítulo veremos con más detalle cómo practicar estos ejercicios de autocompasión. En cualquier caso, se trata de que nos reconozcamos a nosotros mismos como seres dignos de ser queridos y que logremos entrar en contacto con un espacio de paz, de belleza, de fuerza y de amor. Un espacio que es el antídoto de la opresión, de la pequeñez y del sufrimiento que estamos experimentando.

6. Soltar la emoción, dejarla ir. Cuando la emoción haya amainado un poco, es bueno que comencemos a desidentificarnos de ella. Que pensemos que no somos la emoción, sino que tan sólo vamos a albergarla durante un cierto periodo de tiempo. Puede ayudarnos decir la frase: «Yo tengo esta emoción, pero no soy la emoción». O: «Yo soy algo más que la emoción que ahora tengo». La emoción se mantendrá activa durante todo el tiempo que la sustentemos con los pensamientos y cavilaciones de los que se nutre. En lugar de fomentarla y retenerla, procuremos despegarnos de ella y dejarla ir. Como todo lo que tiene una base física, la emoción, con el tiempo, tenderá a menguar y, al final, desaparecerá. Procuramos acelerar ese proceso no implicándonos en el círculo vicioso de pensamiento-emoción-pensamiento-emoción. Simplemente dejamos que siga su curso natural, que disminuya y se desvanezca. El pensar que la emoción no soy yo suele ser una ayuda poderosa. Además, si conseguimos crear suficiente espacio en nuestro interior (es la aceptación quien lo crea), veremos que la emoción no puede ocupar mas que una pequeña parte del espacio global. Cuanto más espacio seamos capaces de concebir, más insignificante parecerá el torbellino de la emoción. No hay razón alguna para retener la emoción que nos hace daño y quedarnos encadenados a ella. Simplemente, la soltamos y la dejamos ir.

7. Actuar o no, según las circunstancias. Por último, una vez haya pasado lo peor de la tormenta emocional, es posible que sea necesario actuar, aunque en otras ocasiones es posible que no haga falta. Si la situación requiere una respuesta, tras haber aplicado los pasos descritos, estaremos en mejores condiciones que antes para generarla. La respuesta adecuada surge espontáneamente cuando estamos en sintonía con la totalidad de la situación y fluimos con el río de la vida. Si no es necesario actuar de inmediato, es mejor que esperemos a que la borrasca emocional haya amainado del todo y hayamos asimilado la verdadera importancia de su mensaje. Aun cuando la emoción se haya asimilado por completo, es fácil que la respuesta adecuada se haga esperar. Démonos tiempo, en lugar de actuar con precipitación. En cualquier caso, aprovechemos la circunstancia de la emoción, para mantenernos «presentes» en la experiencia. Estamos conscientes de lo que pasa, pero sin identificarnos con lo que pasa. En esto consiste el estado de presencia. Nos encontramos presentes en la emoción, aunque no nos perdemos en ella.

Vicente Simon. Aprender a practicar Mindfulness.

extracto libro:

(Un resumen, del capítulo 3.)

Como antes decía, el número de siete pasos que he empleado para describir esta práctica de la regulación emocional no es un número mágico. Podrían ser más o menos. Lo importante es el conjunto del proceso. Asimismo, el orden no es necesariamente el expuesto. A veces, varios de estos cambios se producen simultáneamente, o también, en un orden diferente al descrito. Si queremos hacer la lista más corta y más fácil de recordar, podrían reducirse a tres los elementos fundamentales: Conciencia o atención plena, aceptación y autocompasión.

1) Conciencia de la emoción

2) Aceptación

3) Autocompasion

Vicente Simon. Aprender a practicar Mindfulness.

La capacidad de la conciencia de transformar las emociones.

Spinoza escribió: Un afecto que es una pasión deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta. Es decir, que al hacerla consciente, la emoción se apacigua.

Esta forma de relacionarse con las emociones puede resumirse en esta expresión: «Estar presentes en las emociones».

 El estar presente implica que somos conscientes de la emoción, pero no nos identificamos con ella. Recordemos que, al hablar de la observación de los procesos mentales, ya mencionábamos la desidentificación. Al estar presentes en la emoción, nos hacemos plenamente conscientes de lo que está pasando, vivimos la emoción, pero no nos perdemos en ella. Es decir, no nos convertimos en el afecto, sino que mantenemos la distancia sin dejarnos dominar por él. Con el tiempo, cuando la emoción es claramente percibida por la conciencia, la emoción va calmándose. Y esto es posible porque hemos creado un espacio en el que la emoción puede existir sin ahogarnos, sin oprimirnos. Dejamos de identificarnos con el contenido del espacio (que en esos momentos es la emoción), para ir identificándonos con el espacio mismo.

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