RUSS HARRIS - LIBRO

 

reflexiones mias;

Tienes ansiedad, te aguantas. No intentas luchar por evitarla. No asustarse por la sensación. Te aguantas y lo llevas lo mejor posible. 

Estamos jodidos pero contentos.



FUENTE:
libro de Russ Harris - la trampa de la felicidad


¿Has visto alguna vez una de esas viejas películas en las que el malo se cae a una piscina de

arenas movedizas y cuanto más batalla por salir, más rápidamente parece hundirse? Si alguna vez

caes en arenas movedizas, luchar es lo peor que puedes hacer. Lo que se supone que debes hacer

es tumbarte, abrir los brazos y quedarte tan quieto como te sea posible, flotando en la superficie.

(Luego, ¡silba para que venga tu caballo y te rescate!) Actuar de forma efectiva en esta situación

es complicado, pues tu instinto te dice que intentes escapar, pero si no dejas de luchar, muy pronto

te hundirás bajo la superficie. Claro, flotar sobre arenas movedizas no es lo que se dice divertido

¡pero le da mil vueltas a ahogarse en ellas!


El mismo principio puede aplicarse a los sentimientos difíciles: cuanto más intentamos

luchar contra ellos, más nos abruman. Pero ¿por qué es esto así? Bueno, imagínate que en las

profundidades de tu mente hay un interruptor al que llamaremos el «interruptor de la lucha».

Cuando está encendido, significa que vamos a luchar contra cualquier dolor físico o emocional

que se cruce en nuestro camino para intentar librarnos de todo malestar que experimentemos o

para evitarlo.


Supón, por ejemplo, que la emoción que se te presenta es la ansiedad. Si nuestro interruptor

de la lucha está encendido, ello significa que ese sentimiento es totalmente inaceptable. De manera

que podríamos acabar enojados por sentir ansiedad: «¿Cómo se atreven a hacerme sentir así?» O

tristes porque sentimos ansiedad: «¡No, otra vez no! ¡Qué tragedia!» O angustiados a causa de la

ansiedad: «Esto no puede ser bueno para mí. Me pregunto qué le estará haciendo a mi cuerpo.» O

culpables por sentir ansiedad: «¡No debería permitirme exaltarme así! Ya soy mayorcito. He

vuelto a comportarme como un chiquillo.» ¡O quizá experimentar una mezcla de todos esos

sentimientos a la vez! Lo que tienen en común todas estas emociones secundarias es que son

desagradables, inútiles y que consumen nuestra energía y vitalidad. ¡Y entonces nos enfadamos o

angustiamos o deprimimos por ello! ¿Te das cuenta del círculo vicioso?


Ahora imagínate qué sucede si nuestro interruptor de la lucha está apagado. En este caso, sea

cual sea la emoción que se presente, por desagradable que sea, no la combatimos. Por ello,

cuando sentimos ansiedad, no constituye un problema. Claro que es un sentimiento desagradable y

que no nos gusta, pero no es nada terrible. Con el interruptor de la lucha apagado, nuestros niveles

de ansiedad son libres de subir y bajar como determine la situación. Unas veces serán altos, otras

bajos, y en ocasiones no experimentarás ansiedad en absoluto. Y lo que es más importante, no

malgastaremos nuestro tiempo y energía luchando contra ella.


Sin lucha, lo que tenemos es un nivel natural de malestar físico y emocional, que dependerá

de quiénes somos y de la situación en la que nos encontramos. Es lo que en ACT denominamos

«malestar limpio». No hay forma de evitar el «malestar limpio». La vida nos lo presenta a todos

de una manera u otra. Pero una vez empezamos a combatirlo, nuestros niveles de malestar

aumentan rápidamente. A todo ese sufrimiento adicional lo llamamos «malestar sucio».

Nuestro interruptor de la lucha es como un amplificador emocional: si lo encendemos

podemos sentir enojo por nuestra ansiedad, ansiedad por nuestro enojo, depresión por nuestra

depresión, o culpa por nuestra culpa. Podemos incluso sentir culpa por nuestro enojo por nuestra

ansiedad, ¡y después depresión como consecuencia de ello!


Pero esto no acaba aquí. Si tenemos el interruptor de la lucha encendido, nos negamos por

completo a aceptar la presencia de estos sentimientos desagradables, lo cual significa no sólo que

los mismos nos alteran emocionalmente, sino que también hacemos cuanto podemos para

deshacernos o distraernos de ellos. Para algunas personas, ello significa recurrir a las drogas o al

alcohol, lo cual provoca más adelante adicciones, problemas de relación y toda una multitud de

otros turbios problemas. Otras tal vez recurran a la comida como distracción, lo cual puede

ocasionar obesidad o trastornos alimentarios. Los seres humanos encontramos un número casi

infinito de maneras de intentar evitar o desembarazarnos de los sentimientos desagradables: desde

fumar y el sexo hasta ir de compras y navegar por Internet. 


Como ya vimos con anterioridad, la mayoría de estas estrategias de control no plantean mayores problemas siempre y cuando se utilicen con moderación pero cualquiera de ellas es problemática si se utiliza en exceso. Por

ejemplo, he tenido pacientes que acumularon enormes deudas con su tarjeta de crédito por

comprar en demasía, y otros que destruyeron sus relaciones sentimentales con exigencias sexuales

desmedidas. Todos estos problemas secundarios y los sentimientos dolorosos asociados a los

mismos se incluyen dentro del saco «malestar sucio».


Con el interruptor de la lucha apagado:

• Nuestras emociones son libres de ir y venir.

• No desperdiciamos tiempo y energía combatiéndolas o evitándolas.

• No generamos todo ese «malestar sucio».

Con el interruptor de la lucha encendido:

• Nuestras emociones están bloqueadas.

• Malgastamos una enorme cantidad de tiempo y energía luchando contra ellas.

• Creamos mucho «malestar sucio» doloroso e inútil


FUENTE:
libro de Russ Harris - la trampa de la felicidad

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